Dios no me dejará caer.

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La palabra del año para la Fundación del Español Urgente (Fundeu) es aporofobia, un término que la filósofa Adela Cortina ha establecido para denominar un fenómeno como la aversión hacia los pobres. Cortina ha puesto nombre a esos ataques contra la dignidad de las personas, de los más vulnerables, en una sociedad cada vez más avanzada pero que también da sobradas muestras de su deshumanización.

Lucio García Aledo ha sentido eso y también lo contrario, el altruismo y la generosidad. En un momento dado él fue el que cayó donde nadie quiere estar, en el desamparo, en la soledad de la calle. «La desesperación te lleva al hundimiento personal, la ilusión es lo importante», relata a ‘La Verdad’ en el laboratorio cerámico de Jesús Abandonado. Lucio es usuario de la Fundación, ligada a la orden de San Juan de Dios, a la que llegó después de haberse arruinado y de pasar las dos peores noches de su vida, a la intemperie, en la zona de juegos infantiles de la plaza Circular. Funcionario de carrera de un consistorio -prefiere no desvelar el lugar-, perdió su puesto de inspector en materia de actividades clasificadas. Montó una empresa de seguridad en Cartagena y se arruinó. Estuvo casado y tuvo dos hijos, y hace justo un año que ha sido abuelo. Solo conoce a su nieto por fotos de ‘whatsapp’. También su matrimonio saltó por la borda y perdió el contacto con su familia. «Soy el ejemplo de que no tiene que haber una enfermedad, o un problema de alcohol o drogas para acabar viviendo en la calle. Yo no era ningún yonqui y me vi en esa situación».

En su caso, no hubo una tercera noche entre cartones oyendo comentarios desagradables de gente que pasaba por su lado. «Me llegaron a decir que si estaba así era porque yo quería, que algo habría hecho». Una amiga de la infancia le descubrió y echó una mano. «Me dijo que no podía verme así y me llevó a Jesús Abandonado, conocí la institución y aquí me enseñaron algo que había olvidado: a valorarme como persona».

Hoy tiene 55 años, pesa 154 kilos -el médico le dice que tiene que bajar 50 kilos para operarse de una hernia-, es uno de los actores de la compañía de teatro MÁS -la obra ‘Postales para un niño’ hará gira en 2018 por la Región- y sus manos son las que dan forma a muchas de las piezas de cerámica que vende la Fundación para sostener los programas de la organización. Gracias a una renta por discapacidad -que se le acaba en un año- ha pasado de vivir en el albergue a ‘independizarse’, y a volver a creer en él. La pensión no pasa de los 430 euros, pero le da para vivir.

Con ella paga el alquiler de una casa en Santo Ángel, «y a veces incluso tengo superávit, como decía mi padre, que trabajaba en la banca, y me sobran dos euros». Entre óxidos, esmaltes y barro, Lucio exhibe una sensatez pavorosa: «¿Que qué le pido a 2018? Que no me desespere. Que pueda llevar una vida plena. No tener miedo. Soy creyente, pertenezco a la Renovación Carismática de España y eso me da fuerzas. Sé que Dios no me dejará caer. Sé que la vida es como un ascensor, y no me importa estar en el piso más bajo. La época de los héroes ha terminado».

Articulo Original La Verdad