Por Javier G. Herrería
Josef Seifert, un laico católico alemán, antiguo miembro de la Academia Pontificia de la Vida, ha escrito una carta abierta a todos los cardenales. Les pide que denuncien las herejías que considera que el Papa está promulgando: el sincretismo religioso, el matrimonio homosexual, la comunión de los divorciados, una nueva moral sexual, etc.
Es cierto que uno puede encontrar razones, más o menos preocupantes, que justifiquen esos temores. Pero también es verdad que cabe una interpretación benigna, si uno tiene en cuenta que este Papa es, sobre todo, un pastor que prioriza acercar a las ovejas perdidas y no tanto la precisión -teológica o canónica- de cada una de sus afirmaciones.
Por supuesto uno puede tener una opinión sobre la conveniencia de que un Papa actúe así, pero creo que es bueno subrayar su preocupación por cada persona. Y sí, sé que no es perfecto, y que si se sacrifica la verdad en el altar de la caridad, puede haber otros problemas peores. El tiempo dirá hasta qué punto están siendo prudencialmente acertados sus gestos y palabras, pero creo que no es positivo poner el grito en el cielo cada vez que el Papa hace algo que uno juzga equivocado.
Reaccionar así produce desafección al Papa o a la jerarquía, polariza a los creyentes y facilita la impulsividad y los errores personales a la hora de juzgar los asuntos más pequeños. Cada cristiano debe defender la fe, pero al hacerlo debe querer más a los que están a su alrededor y, más aún en primer lugar, al Papa.
Si un cristiano tiene que AMAR a sus enemigos, ¡imagínate cómo debe ser con el Papa!
En esta semana, como en muchas otras de su pontificado, hemos conocido noticias que a uno le podrían generar preocupación: los jesuitas de Pamplona organizan una charla en defensa de la bendición de parejas homosexuales; el arzobispo de Glasgow cierra una comunidad de misa tridentina (como suele ocurrir lo malo no es que lo haga, sino que no aportan las razones que lo aconsejan); el último artículo de James Martin; y, todo esto, sin irnos a Alemania, que es tierra de frecuentes desasosiegos. Por supuesto, los intérpretes «progresistas» del papado consideran que el Papa quiere cambiar la doctrina de la Iglesia, pero no puede hacerlo rápido.
Ahora bien, no estoy muy seguro de que el Papa quiera cambiar realmente el magisterio en todos los temas. En estos mismos días, por ejemplo ha sido muy claro en asuntos doctrinales relevantes, como en la condena de la ideología de género y el aborto en Hungría, alabando los métodos naturales de regulación de la fertilidad, condenando la maternidad subrogada o poniendo a gente «conservarora» en trabajos de la curia.