Winfrido de Wessex –su nombre de bautismo– nació alrededor del año 680 de nuestra era en el seno de una familia de la nobleza anglosajona en el condado de Devonshire, Inglaterra. Desde muy joven se trasladó a la abadía de Nursling, en la cercana diócesis de Winchester, donde empezó su formación como monje y sacerdote pese a que su padre no estaba muy de acuerdo.
Después de varios años de profundo estudio del latín, las Sagradas Escrituras, la patrística y la filosofía perenne, además de cultivar una vida de profunda oración, Winfrido llegó a ser el director de la escuela monástica de Winchester y escribió el Ars Grammatica, el primer tratado de lengua latina escrito en Inglaterra. En el 710, finalmente fue ordenado sacerdote y aunó a sus labores la celebración de los sacramentos para los monjes de la abadía de Nursling. Ocho años después, emprendió una peregrinación hacia Roma en la cual conoció al papa San Gregorio II. Gracias a sus dotes de liderazgo y sólida formación intelectual, el Sumo Pontífice le dio a Winfrido el mandato de llevar la Palabra de Dios a los herejes en general y a predicar entre los paganos de lengua germánica. Luego de recibir esta orden, el papa le dijo a Winfrido: “Soldado de Cristo, te llamarás Bonifacio”, nombre que significa “bienhechor”. A los pocos días, el apóstol de los germanos partió hacia Alemania.
Después de cruzar los Alpes, atravesar Baviera y llegar a la provincia de Hesse, Bonifacio se dispuso a organizar a los cristianos que ya había presentes en éste lugar a fin de agilizar las labores evangelizadoras; de igual manera, el misionero redactó un exhaustivo informe sobre las condiciones de la Iglesia en dicha comarca y sus alrededores, el cual hizo llegar a la Santa Sede. Muy satisfecho con sus avances e informes, el papa llamó a Bonifacio para que fuese a Roma con la finalidad de otorgarle el orden episcopal, dándole una jurisdicción general sobre toda Alemania. El 30 de noviembre del 722, el misionero fue consagrado como obispo, y al día siguiente partió de vuelta a Hesse para reanudar su apostolado.
Una vez que regresó a Alemania, una de las primeras medidas que el nuevo obispo tomó fue el demostrar la falsedad del paganismo e idolatría de los pueblos germanos, para lo cual procedió a talar con sus propias manos un viejo roble de un bosque cercano a Frankfurt que, según los gentiles, alojaba al dios Thor. Al tomar su hacha y comenzar a cortar el árbol, un fuerte viento comenzó a soplar en dirección hacia donde tiraba los hachazos, gracias a lo cual pronto cayó el vetusto roble. Al no ocurrirle nada, los paganos quedaron sorprendidos de que Bonifacio no fuese castigado por Thor; sin embargo, el obispo comenzó a predicarles de que sólo existe un Dios verdadero y que éste, a diferencia de los ídolos, no requiere sacrificios de animales o humanos pues Él mismo se ha dado en sacrificio para salvarnos de nuestros pecados a través de su Hijo. Con esto, muchos se convirtieron a la Fe verdadera ése mismo día.
En el año 731, el recién nombrado Sumo Pontífice, Gregorio III, mandó a Bonifacio una bula en la cual lo nombraba como obispo metropolitano para todos los territorios alemanes más allá del río Rin, que era el límite del dominio de los francos, quienes ya habían sido cristianizados. Asimismo, se le concedió autoridad para crear obispados donde lo creyera conveniente. Después, en el 734, Bonifacio viajó a Frisia, que recientemente había sido anexionada al Reino Franco, donde evangelizó a los frisones, pero el rechazo a estos últimos a los francos y sus aliados hizo que el obispo obtuviera magros resultados. Luego pasó a las provincias sajonas que habían sido conquistadas por Carlos Martel, general de los francos, en las cuales pudo predicar con más éxito y establecer la que sería su sede episcopal, Maguncia. Durante la década del 740, Bonifacio pasó misionando entre Sajonia y Baviera, siendo en esta última provincia donde fundó tres diócesis: Wüzburg, Erfurt y Büranburg. Asimismo, en el 741 fundó junto a su discípulo San Sturni la abadía de Fulda, que con el tiempo se consideró como el Montecasino de Alemania.
Uno de los momentos más importantes del apostolado de Bonifacio fue su participación en la coronación de Pepino el Breve, hijo de Carlos Martel y padre de Carlomagno, la cual tuvo lugar en Soissons, Francia, en noviembre de 751, además de su posterior consagración real del año siguiente. Gracias a esto, el obispo se ganó el favor de todos los francos, quienes colaboraron más activamente en sus labores apostólicas. Aprovechando esto, Bonifacio decidió viajar nuevamente a Frisia para lograr la evangelización de sus habitantes, aunque varios de sus correligionarios se lo desaconsejaron por su avanzada edad. Pese a esto, el veterano misionero emprendió su travesía hacia la desembocadura del río Rin junto a otros cincuenta monjes.
Si bien logró más conversiones que en su primer viaje a Frisia, hubo muchos paganos que lo rechazaron por su asociación con los francos. El 5 de junio del 754, mientras se disponía para realizar una confirmación en masa con motivo de Pentecostés, una turba de frisones hostiles y armados con espadas y lanzas apareció para exigirle a Bonifacio que abandonase de inmediato el lugar. El obispo se negó, y pese a que los agresores amenazaron de muerte a toda su grey, él les dijo: “No teman. Todas las armas de éste mundo no pueden matar nuestra alma”. Esto enfurió a los infieles rebeldes, y uno de ellos tomó su espada y la dejó caer sobre el obispo; pese a que éste último intentó cubrirse con su misal, el peso del arma partió el libro y después su cabeza. Bonifacio feneció de ipso facto, pero sus asesinos fueron duramente castigados por los francos. Tenía 74 años.
Sus restos fueron trasladados a la abadía de Fulda, y pronto se convirtió en un santo muy venerado entre los cristianos de habla alemana, en Frisia y en su natal Inglaterra.
Francisco Draco Lizárraga Hernández.