Dios es un caballero que nunca fuerza la puerta. Testimonio Daniel María Herrera Pérez

Experiencias, Testimonios

¡Hola! Me presento, me llamo Daniel, aunque todos me llaman Dani, soy andaluz, tengo 21 años y soy fraile agustino. De hecho, como religioso recibí junto a mi nombre de bautismo el de nuestra Madre, la Virgen, de tal forma que mi vida como consagrado es inseparable de la presencia maternal de María, y en ella encuentro la persona que me va formando con paciencia y firmeza para llegar a ser, algún día y con la gracia de Dios, el religioso que Dios quiso que fuera.

Mi historia, o mejor dicho, la historia de Dios conmigo, viene entretejida con otras muchas historias, en primer lugar la historia de mis padres, Luis y Ana. Soy el tercero de cuatro hermanos. De mis padres aprendí a rezar, a asistir a la parroquia, los sacramentos, el valor del perdón, la hospitalidad cristiana y tantas otras cosas que también hoy sigo recibiendo de ellos, pues nuestros padres, gracias a Dios, siempre ejercen como tales por mucho que vayamos creciendo. Mi madre me enseñó que “Dios es un caballero que nunca fuerza la puerta, pero si le abres, no se deja vencer en generosidad”.  Y de eso yo doy testimonio hoy.

Este ambiente fue propicio para que, al invitarme Dios a su seguimiento, pudiera responder afirmativamente, pues, sin saber muy bien a dónde me llevaría, ya tenía yo la certeza de que Dios no quita nada, sino que abre los horizontes más allá de nuestras miras humanas y nos da mucho más de lo que podemos soñar.

Son muchas las personas y circunstancias de las que Dios se sirvió para llevarme a la vida religiosa agustiniana. Antes que nada, junto con mis padres, la vida parroquial y el ejemplo de los sacerdotes de mi parroquia. En ella pude conocer de primera mano lo que una comunidad de cristianos es, comunidad viva, vibrante, enamorada de Jesús, frágil y pecadora, pero con la mirada puesta siempre en Él, unida en la adoración a Jesús Hostia y en el amor a la Virgen, nuestra Madre.

Con los jóvenes de la parroquia viví dos momentos en los que el Señor pasó por mi vida de una forma especial, una peregrinación a Fátima y la JMJ Madrid 2011. Momentos especiales de gracia en los que la voz de Dios se podía oír más nítidamente y su invitación a seguirle totalmente se escuchaba en mi corazón.

¿A seguirle a dónde? Pues no lo sabía muy bien, solo sabía que los sacerdotes de mi parroquia vivían entregados a Dios, sin tiempo propio, siempre disponibles, en el confesionario o en el despacho, visitando a las familias, gastando su tiempo con los jóvenes… vidas partidas para que otros tuviesen vida. Una suave y firme certeza se iba forjando en mi corazón: ¡Dios me quería así! Entregado, partido, roto, enamorado, todo de Él para ser por Él, a través de María, todo para los demás.

Y así comenzó mi itinerario vocacional.  Estudié el bachillerato en el Seminario Menor y de ahí pasé al Seminario Mayor donde comencé los estudios eclesiásticos. En esos años el Señor fue tomando cada vez más fuerza en mi vida como Persona viva, real, amante. Jesucristo aparecía ante mí como Aquel por quien todo tenía sentido, Amigo fiel, Hijo de Dios, Redentor de los hombres… Descubrí que Jesucristo es la palabra que debía proclamar con mi vida, con obras y palabras, y que en esa empresa se resumía todo el sentido de la existencia. Encontrarse con Él cada día, dejarse perdonar y transformar por Él y unido a Él vivir con alegría las realidades cotidianas en el seno de la Iglesia, con María. Sí, Jesús es aquel a quien todo hombre busca, incluso aquellos que lo niegan.

En el Seminario, y nuevamente quiero agradecer a mis formadores que supieron acompañarme y guiarme para responder plenamente a lo que Jesús ponía en mi corazón, se llevó a cabo el giro radical que me llevó a abrazar la vida religiosa en la Orden de San Agustín. La insatisfacción primera no terminaba de saciarse, y el Señor ponía en mi alma deseos de más, de darlo todo, de no reservarme absolutamente nada en mi entrega.

El Señor no desprecia nada y de todo se sirve ¡hasta de internet! Fue a través de google como descubrí la existencia de la Orden de San Agustín y que sus pilares, la vida común, el servicio a la Iglesia, el estudio y la interioridad, respondían a los anhelos más profundos de mi corazón. Y el Espíritu, que siempre nos sorprende, me arrancó de Córdoba y así comenzaba el noviciado en el Monasterio de Santa María de la Vid. Como siempre la Madre ya me esperaba allí donde la búsqueda de la voluntad de Dios me llevaba.

Ahora ya soy religioso profeso, es decir, terminado el noviciado, la Orden de San Agustín me recibió como una madre en su seno y me permitió responder al amor de Dios con la consagración de todo mi ser, para seguir más íntimamente a Jesucristo a través de la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia, profesión que se renueva anualmente con vistas a la profesión perpetua unos años más tarde.

Esa es mi historia, es solo una historia, pero en ella Dios se ha hecho presente de una forma maravillosa. También lo quiere hacer en tu vida. Déjate sorprender, ponte a la escucha de Jesús y pídele a María que te haga dócil a su voz. Merece la pena, merece la vida. Te lo aseguro.

En el Monasterio de San Lorenzo del Escorial tenéis a un hermano que pide por vosotros a Dios, pedid también vosotros por mí.

Fray Daniel María Herrera Pérez, OSA.