¿Y si pasó una vez?

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Ordenar el mundo de la sexualidad al amor muchas veces se presenta como una lucha. En efecto, ya sea que uno esté solo o con su pareja, uno sabe que hay cosas que no corresponde hacer. Suelen ser cosas agradables o placenteras, y esto es lo que hace que sea difícil evitarlas. Pero en la medida que uno va ordenando las fuerzas de la sexualidad al amor de modo permanente, se va formando un hábito interior —castidad— que ayuda a que esto se haga más fácil. Ahora bien, todos tenemos momentos de debilidad, y en esos momentos, si uno baja la guardia, puede terminar haciendo alguna de las cosas que buscaba evitar. Si esto ocurre, es un error pensar que con ese acto uno ha destruido todo lo que venía construyendo y ahora tiene que empezar de cero. Es un error pensar también que, como pasó una vez, nada cambia si uno lo hace de nuevo. El error parte del desconocimiento de algo que es muy propio de la naturaleza del ser humano: uno solo acto no puede destruir un hábito.

Un acto no destruye el hábito

Todo hábito se genera mediante la repetición de actos libres. Si alguien hace algo libremente una y otra vez, con el tiempo se va generando el hábito que corresponde a dicha acción. Es el caso, por ejemplo, de Adrián, que quiere retomar el tenis y empieza a practicar una hora y media todos los días. Al principio, se le hace pesado, pero en la medida que sostiene los entrenamientos y adquiere una buena condición física, entrenar se le va haciendo cada vez más fácil, y lo va haciendo mejor.

Los amigos de Adrián comparten su pasión por el tenis, pero prefieren ponerla en práctica frente a la pantalla. En vacaciones, se juntan a jugar la última versión de Tennis World Tour en la PS4 de uno de ellos, y “entrenan” durante horas. Siempre invitan a Adrián, pero éste se niega, porque tiene que entrenar. Finalmente, producto de tanta insistencia, un día decide ir con sus amigos, y se engancha tanto que termina haciendo lo que no quería: falta al entrenamiento, quebrando su asistencia perfecta. Se pasa, pues, la tarde sentado frente a una pantalla comiendo snacks y tomando cerveza.

Puede que Adrián se sienta mal por haber faltado y haber hecho algo que no lo ayuda a mantener una buena condición física. Sin embargo, cuando al día siguiente vaya a entrenar no va a estar como el primer día que volvió a las canchas; especialmente si ya había adquirido un cierto nivel. Cosa distinta pasaría si, por el sentimiento de culpa de haber faltado o por el gusto de quedarse jugando con sus amigos, dejase de ir a entrenar por algún tiempo. En ese caso, cuando volviese a las canchas, sí le costaría retomar. Algo similar ocurre con la castidad.

La castidad como hábito

La castidad es el hábito por medio del cual uno ordena todo el mundo de la sexualidad al amor. Hablo de amor entendido como la decisión de buscar el bien de la otra persona —y también de uno mismo—. La castidad se va ejercitando en el contacto —real o virtual— con personas que despiertan en uno algún tipo de atracción. Se adquiere afirmando ante ellas una actitud de amor. Y afirmar una actitud de amor exige dejar de lado cualquier tipo de comportamiento que pueda implicar una consideración de la otra persona como un objeto —por ejemplo, de placer—. En la medida que uno va haciendo de esta afirmación del amor una actitud permanente y vital, va adquiriendo el hábito de la castidad.

Los contrarios no pueden existir juntos. Y lo contrario a una actitud de amor —buscar el bien de la otra persona— es una actitud de uso —buscar mi bien a costa de la otra persona—. Una actitud de uso puede concretarse, por ejemplo, en el hecho de ver pornografía, o de excederse en el contacto físico con la pareja, llegando incluso a las relaciones sexuales. Nos hallamos ante situaciones en las que el centro no está puesto en la búsqueda de lo mejor para la otra persona, sino en uno mismo, no primando así una actitud de amor. Ahora bien, así como en el tenis, alguien que se ejercita en la adquisición del hábito de la castidad no la pierde al realizar una vez alguno de estos actos.

En efecto, puede que frente a una situación de debilidad uno termine haciendo cosas que no quería hacer. Lo importante es tener en cuenta que uno no lo pierde todo cuando realiza dicho acto. Puede que lo recién vivido le siga generando atracción —porque a nivel físico se siente bien—, pero ello no implica que el hábito haya perdido todo su vigor. Lo irá perdiendo, sí, cuando uno se empeña en continuar realizando dichos actos. Y mientras más los sostiene en el tiempo, más va debilitando el hábito de la castidad, adquiriendo el hábito contrario, que a su vez se hará difícil remontar. Para quienes buscan practicar la castidad, lo importante es no perder las esperanzas frente a alguna caída. Por el contrario, con la consciencia de que lo hecho no ha destruido el hábito que uno se empeña por construir, es importante reafirmarse en el propósito de levantarse y seguir avanzando. Para un católico, esto se concretará en el sacramento de la confesión.

Esta entrada es del blog de Amar Fuerte de Daniel Torres Cox, al que puedes acceder en el enlace que te dejo.