Inma Escriche: Fe, valor y fortaleza

Noticias

Hoy Radio Maria entrevista a esta mujer que es ejemplo de Fe, valor y fortaleza pero, ¿Por qué?

Me llamo Inma Escriche y tengo cáncer de pulmón con metástasis. La enfermedad me pilló completamente por sorpresa, ni los médicos, ni por supuesto yo, fuimos capaces de identificar con anterioridad los pocos síntomas que presentaba.

Una tarde, harta de no respirar bien, me acerqué a urgencias por mis medios. De primeras no me hicieron caso, a punto de darme el alta y mandarme para casa si no me hubiera enfrentado con el médico de turno. Tras unas pruebas me dejaron ingresada con pronóstico muy grave, estaba sufriendo en esos momentos una Trombo Embolia Pulmonar que de no haber insistido a que me realizaran las pruebas, quizás hubiera terminado ya conmigo esa misma noche.

Pero esa era sólo la punta del iceberg, un derrame pleural y unas manchas hacían temerse el peor diagnóstico: CÁNCER. Cáncer de pulmón en estadio IV y ya con metástasis, inoperable e incurable. Y una esperanza de vida de unos cuatro meses. Quise saber la verdad desde el minuto uno. Qué ironía de la vida, yo, cáncer de pulmón ¡Si no fumo!, pues soy ese 3 % de mujeres jóvenes no fumadoras que lo desarrollan.

A partir de ese instante miles son las preguntas que te vienen a la cabeza (tratamientos, alternativas, esperanza de vida, …) pero sólo una era la que realmente se posó sobre mí, mis hijos, con 12, 14 y 16 años entonces, lo suficientemente mayores como para entender la gravedad de la situación, pero lo suficientemente pequeños como para depender aún de su madre. Si fuera cierto el peor panorama que me planteaban, al menos llegaría a pasar las Navidades con ellos. Mi marido estaba junto a mí, cogiéndome la mano, escuchando incrédulo lo que nos contaba el oncólogo y sin saber muy bien cómo reaccionar a todo lo que se nos venía encima.

A partir de ese momento comenzó nuestro periplo, sin saber ni por dónde empezar. Siempre has oído hablar de clínicas americanas, de doctores que son eminencias y que operan lo inoperable, de pedir segundas opiniones, pero ¿dónde está toda esa información? Además, vas contrareloj, con 16 semanas por delante para poder poner algún remedio antes de que el peor pronóstico se cumpla. Sin duda te sientes perdida.

Pese al mal comienzo que tuve con la enfermedad, por suerte en España contamos con grandes especialistas, con hospitales de referencia sobre cáncer y con comités de tumores. Estudiaron mi caso y me derivaron al Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz, donde me podían ofrecer entrar en un ensayo clínico. No me lo pensé dos veces, por un lado me ofrecían la posibilidad de que mi sufrimiento no fuera en vano, el estudiarlo serviría a la ciencia y ayudaría a más enfermos. Y por otro lado, es la única alternativa de poder hacer algo con mi enfermedad y, quien sabe, quizás, aunque incurable, consigamos convertirlo en crónico.

La esperanza de los cuatro meses, lógicamente, no se cumplió. Desde hace casi año y medio me someto cada 21 días a quimioterapia, que me administran junto con la inmunoterapia del ensayo clínico. Las primeras sesiones, con dos quimios a la vez más la inmunoterapia fueron las más duras, pero esto es acumulativo, por lo que después de 22 sesiones (y todas las que me quedan por delante) sigue siendo difícil de soportar, aunque no imposible. Es cierto que la quimio ha mejorado mucho, que los efectos no son los de hace 20 años, ya prácticamente no se vomita, pero el cansancio y el dolor sólo se puede soportar con analgesia del calibre de la morfina. No es fácil, claro, pero pese a todo no me suelo centrar en contar los dolores, si no que miro más allá buscando lo positivo que desde entonces me rodea. Los enfermeros que me tratan, así como mi oncólogo, destacan en mí la fortaleza que demuestro en cada visita, siempre es una alegría hablar con ellos, pese a que les pregunto todo y quiero que me cuenten la realidad, por muy cruda que esta sea.

En mi día a día, yo soy la enferma, pero la enfermedad ha entrado en casa. Eso ha significado un cambio para todos. Tanto mi marido como mis hijos han tenido que adaptar también sus vidas a la nueva situación sin bajar la guardia ni en los estudios ni en el trabajo. En gran medida sigo siendo el centro de la familia, pero he tenido que aprender a delegar y, lo que más me cuesta, he tenido que aprender a dejarme cuidar. Siempre he sido demasiado autónoma y depender de los demás también ha resultado un gran cambio para mí. Pero realmente esta nueva situación nos ha aportado a todos poder disfrutar de momentos únicos, como por ejemplo que ahora compartimos la hora de la comida todos los días, yo estoy para recibirles y acompañarles, según el día preparo yo la comida, según como me encuentre del tratamiento, son ellos los que se deben encargar, pero no lo vemos como un drama, si no como una oportunidad de estar juntos.

Creo que en casa ahora se ríe más que nunca. Esto es extensible a los amigos, desde el primer momento se han volcado conmigo, ayudándome en todo tipo de tareas o rezando mucho por mí. Y, por supuesto, la familia, que aun estando lejos, siempre aparecen en los momento claves cuando se les necesita, además que ahora con las RRSS y medios de comunicación ya no hay distancias.

Los que me conocen se sorprenden de ver que no me he derrumbado, pese a que he tenido momentos muy duros a lo largo de este año y medio, incluso soy yo la que doy ánimos y demuestro todo el coraje para enfrentarme a la situación, pero es que con la enfermedad también me ha cambiado el ánimo. Ahora suelo destacar por mi sonrisa ¡Con lo seria que he sido siempre!, pero ¿cómo no voy a disfrutar de todos los que me rodean? No paran de llegarme mensajes de conocidos y desconocidos, mensajes de ánimo y de Fe. Estoy viviendo situaciones que ni me hubiera planteado, conociendo la bondad del ser humano, disfrutando de cada día aprendiendo a distinguir entre lo que verdaderamente importa. Los amigos se han multiplicado, y debía de tenerlos todos buenos, porque ninguno me ha fallado.

Con este optimismo es como afronto cada nuevo día. Y tengo tanta alegría para compartir que no me la he querido guardar para mí, si no que desde hace unos meses me dedico, siempre que el tratamiento me lo permite, a dar charlas de testimonio por los colegios. Un testimonio de que pese a que las circunstancias sean duras o difíciles, superarlas dependerá de cómo lo vivamos y si lo hacemos con fortaleza y fe, se puede vivir en situaciones límites con alegría.

No pienso en negativo, no pienso en muchos días por delante. Me centro en el aquí y en el ahora y, sobre todo, tengo todas mis esperanzas puestas en la ciencia y, más que nunca, en Dios.

Fuente: La Razón