«¿Confesarme con un cura? No es necesario, con Dios suficiente»

Cambiar el mundo, El Sínodo

¿Nunca te lo has planteado? «Si total, mis pecados ya los conoce Dios, no es necesario pasar por un sacerdote». El sacramento de la confesión puede ser uno de los actos más complicados para aquellas personas que sentimos vergüenza o simplemente no lo consideramos necesario. Esto sucede porque no comprendemos realmente el sentido de la confesión y lo que representa. El Papa con motivo de Sínodo, desea que conozcamos la Iglesia y lo que hay en ella, entre otras cosas, los sacramentos.

La imperfección del hombre provocada por el pecado original hace que cada vez que pequemos, nos alejemos más de Dios. Este pecado se convierte en una cadena invisible atada en los pies que, a simple vista no la vemos, pero nos percatamos que dificulta continuar nuestro día. La sed que esto nos provoca no es más que un regalo de Dios puesto que se ofrece como fuente que nos colma. Así, a través de la confesión, ya lo diría San Pablo que «donde hubo pecado, sobreabundó la gracia » porque Él se sirve de ese pecado para que nos acerquemos a Él a través de esta reconciliación.

¿Y por qué con un sacerdote? Jesús confió plenamente en sus apóstoles y quiso que el acto de reconciliación con Dios pasara también por la Iglesia «Recibid el Espíritu Santo, A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn. 20, 22-23). Jesús sustentó la Iglesia en Pedro conociendo su debilidad y le dio poder de perdonar pecados, curar enfermos, y anunciar su Palabra para que así surgiera de él más misericordia hacia todos. Son los sacerdotes los que actúan en la persona de Cristo de manera que no es el sacerdote quién te absuelve y perdona sino Jesús, que toma por instrumento a este sacerdote.

El sacramento de la confesión no debería ser un acto llevado con tristeza sino con alegría porque ya Jesús cargó con cada uno de nuestros pecados. Él solo quiere vernos liberados porque «nuestra vocación es la libertad» (Gal 5, 13) y es este sacramento el que nos libera. A través de este acto, nuestra tristeza que proviene del alejamiento a Dios, desaparece en el momento de absolución. Otra vez volvemos ser libres porque «¡Para ser libres nos liberó Cristo!»

Desde JC te proponemos un reto y es que busques un hueco de tu agenda para acudir a la Iglesia a reconciliarte con Dios, ¡Su libertad será la tuya!