¿Aún sin propósito de año nuevo? ¡El Papa te echa un cable!

Cambiar el mundo, La voz del Papa

Estamos en un momento precioso del año: volvemos a la rutina, al tiempo ordinario después del tiempo de Navidad… ¡El ambiente es estupendo para mirar a Lo importante! Recordando al Niño Jesús de los pesebres de nuestros belenes podemos marcarnos un propósito claro -lejos de las vanalidades que a menudo rodean a toda la lista de propósitos de nuevo año-: ser portadores de ternura por nuestra condición de hijos de Dios. Cuando uno se sabe profundamente amado es cuando puede amar desde las entrañas, cuando uno se sabe hijo de un Padre amoroso es cuando puede vivir profundamente la ternura con todos los que lo rodean.

Francisco, con el rezo del tradicional Te Deum en la última noche del año, nos recordaba en 2016 que en Jesús, Dios no se disfrazó de hombre, sino que se hizo hombre y compartió en todo nuestra condición. Lejos de estar encerrado en un estado de idea o de esencia abstracta, quiso estar cerca de todos aquellos que se sienten perdidos, avergonzados, heridos, desahuciados, desconsolados o acorralados. Dios quiso, así, acercarse a nosotros -¡y es lo que estamos celebrando en Navidad!-, quiso abrazarnos con su ternura e invitarnos a vivir la lógica divina. ¿En qué consiste esa lógica divina en la que debemos introducirnos para vivir con la ternura profunda de Dios?  Es una lógica que no se centra en el privilegio, en las concesiones ni en los amiguismos; se trata de la lógica del encuentro, de la cercanía y la proximidad.

 nos invita a dejar la lógica de las excepciones para unos y las exclusiones para otros. Dios viene Él mismo a romper la cadena del privilegio que siempre genera exclusión, para inaugurar la caricia de la compasión que genera la inclusión, que hace brillar en cada persona la dignidad para la que fue creado.

 niño en pañales nos muestra el poder de Dios interpelante como don, como oferta, como fermento y oportunidad para crear una cultura del encuentro.

Le pedimos al Señor que nos dé la gracia de ser conscientes de nuestra condición de hijos y de, así, ser portadores de ternura para acercarnos a tantos como nos necesitan.