Un Baltasar sin techo que reparte sonrisas por Navidad.

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Este Baltasar no viene de Oriente, sino del sur. En concreto de Liberia, en el centro del continente africano. Lleva diez años en España y, aunque no porta mirra, lleva encima un saco de amor para repartirlo entre quienes más lo necesitan. En estas fechas, sus receptores podrían ser huérfanos, personas solitarias o, como él mismo, gente sin hogar. Sin embargo, Ben, que es como se llama este Baltasar que no necesita betún en la cara, estuvo toda la jornada de ayer repartiendo besos, abrazos y sonrisas, además de algún regalo, claro, entre los ancianos y enfermos terminales que habitan el Hospital Laguna, en el distrito Latina.

Es el segundo año que participa en esta actividad solidaria y ya es toda una estrella. Ataviado con sus ropajes verdes, a Ben lo paran por los pasillos, le cantan villancicos y lo acribillan a besos. Se nota que está hecho al trabajo de rey mago, aunque no desdeña su faceta emprendedora: «Me busco la vida vendiendo en el Rastro los martes. Soy de esos que se pasan la noche buscando en los cubos de la basura. Hace tres o cuatro meses me he hecho una cuenta en Wallapop, así que también soy un empresario online», cuenta con guasa. «Me va mejor que en el Rastro porque a veces hay que correr de la Policía Municipal», añade este rey sin techo.

 

 «Es un hombre con mucha humanidad», resume sobre Ben la coordinadora de Villanueva Solidaria, Begoña Fornés, que además de organizar el evento de ayer por parte de esta sección del Centro Universitario Villanueva, aportó media docena de sobrinos suyos para que hicieran las veces de pajes reales y ayudaran a sus majestades en tan difíciles menesteres. «Para mucha gente que está en paliativos, son sus últimas Navidades. El año pasado, Ben me dijo que había sufrido mucho, pero que se iba feliz, así que me dijo que le llamara siempre que organizáramos cosas de este tipo», explica Fornés.

A este Baltasar de una vez al año lo reclutaron en el centro de día de la Fundación Luz Casanova, donde personas sin hogar tienen la posibilidad de cubrir sus necesidades básicas, como comer, ducharse o lavarse la ropa. Además, también imparten cursos formativos, unos recursos que no le van nada mal a personas que están en la calle pero que, como Ben, se resignan a no tratar de salir adelante. «Yo antes trabajaba de albañil, pero con la crisis hubo cosas que cambiaron», recuerda sin perder su buen humor.

Ben forma parte de uno de los dos grupos de reyes magos que van de cuarto en cuarto por el Hospital Laguna. Junto a él van otros sin techo con mucho que ofrecer. Abraham hace las veces de Melchor y es parco en palabras. Gaspar, encarnado por Jaime, tiene bastante más palique. Este antiguo guardia de seguridad también acude al centro de día Luz Casanova e indica que cuando le ofrecieron participar de un día así, no dudó. «Me lo ofrecieron en el centro y ni me lo pensé. Y eso que de niño me daban miedo los Reyes Magos», confiesa.

Los tres entran en una sala llena de ancianas. Son algunas de las residentes en el centro hospitalario y, aunque las cabezas les funcionan, del físico tienen más achaques de los que quejarse. Gaspar entra preguntando «¿qué tal?» y le ofrece un beso, le lee una postal y le entrega una rosa a una señora. Hay regalos distintos para cada paciente, desde collares, a pendientes, pasando por un gorro con motivos peruanos. Todo sugerencias de los auxiliares de enfermería. Ben acude raudo a sentarse entre dos viejecitas, a las que besa y abraza. Está en su salsa. Ellas, encantadas, sonríen. «¿Has sido buena?», le pregunta a una. «Creo que sí», le responde esta divertida.

En otra planta, el otro grupo de Reyes Magos va de habitación en habitación sacándoles algunas de las últimas sonrisas de sus vidas a los enfermos que reciben cuidados paliativos. Melchor, Gaspar y Baltasar le dicen a Nicolasa lo guapa que está y le regalan una flor que hace que se le empañe la vista por las lágrimas mientras sonríe agradecida.

Articulo Original de El Mundo