[Entrevista a Jesús Llopis] – «Lo más bonito de Tanzania ha sido descubrir otras maneras de vivir la fe»

Entrevistas, Experiencias

Hablamos con… Jesús Llopis, seminarista.

Este año ha empezado cuarto curso en el Seminario diocesano de Jaén. Su inquietud vital, sus ganas de entrega a los más desfavorecidos y su espíritu aventurero lo han llevado este verano a vivir una de las experiencias más impactantes y profundas que hasta ahora ha tenido: viajar a Tanzania para llevar a cabo labores de misionero. Ver a Cristo en los más desfavorecidos ha sido su misión, y ésta ha sido su experiencia…

¿Jesús, cómo, cuándo, con quién y sobre todo, por qué decides ir a Tanzania?

Muchas veces había hablado con dos de mis mejores amigos Álvaro Fernández-Martos y Nacho Sáez sobre las ganas de vivir una experiencia misionera en África. Nacho ya había estado dos veces en Guinea y, por sus comentarios y fotos, era evidente que merecía la pena vivir algo así, a pesar de las fatigas que quizá también eran de esperar.

A finales de diciembre me llamaron para decirme que habían decidido ir a Tanzania durante las vacaciones de verano. Allí había unos curas misioneros de Córdoba, aunque en verdad al principio no me enteré ni de a dónde íbamos, ni cuál era el plan, el nombre de la misión o lo que haríamos allí. Todo eso me daba igual, me bastaba fiarme de Nacho y Álvaro, y de las ganas de vivir un voluntariado de esta magnitud. Sabía que iban a ser unas vacaciones muy distintas a todas las anteriores: duras, en contacto con realidades difíciles…, pero que seguramente acabarían siendo, como ha pasado, las más enriquecedoras y gratificantes. Eso de que hay más alegría en dar que en recibir es absolutamente verdadero.

¿Dónde vais? ¿Cuál era vuestra misión allí?

La misión estaba en una región del norte del país llamada Mangola, en la aldea de Barasani. Dos sacerdotes, uno diocesano de Toledo y otro espiritano de Córdoba, la atienden desde hace más de 30 años. Su labor allí es encomiable. ¡Cuánto han hecho por los demás y por expandir la fe! Por dar un dato: el primer bautizado de la región llegó a los 7 años de comenzar su labor allí. Ahora, durante nuestros primeros diez días, fueron más de treinta las personas de todas las edades las que abrazaron la fe. ¡Más de treinta nuevos hijos de Dios!

Nuestra función era echar una mano, aunque lo realmente importante era ver, observar, conocer, empaparnos de aquello. El trabajo material, como pintar el hospital y su mobiliario, desbrozar una finca, mover piedras para construir un camino…, nos hacía sentirnos algo útiles, pero eran cosas que cualquier negrito también podía hacer (y además, mejor y más rápido que nosotros). El jugar con los niños e intentar corresponder a su alegría, reír con ellos, pasear y saludar a las personas que nos encontrábamos, o fijarnos en su cultura y la pobreza que vivían, por simple que parezca, ha sido lo más enriquecedor y quizá nuestra verdadera misión. Por mucho que uno intenta dejar allí es nada en comparación con lo que se trae.

¿Cómo era vuestro día a día?

El día empezaba a las 7 de la mañana con la Misa. Era en tanzano y nos enterábamos de poco, pero la compartíamos con la gente del pueblo y nos hacía sentir llenos desde primera hora. Después del desayuno nos poníamos manos a la obra con los trabajos materiales hasta la hora de comer. Por la tarde visitábamos escuelas públicas, paseábamos, acompañábamos a los sacerdotes en sus labores… Una tarde, por ejemplo, ensayamos con el coro de la parroquia y el domingo algunos cantaron con ellos en Misa. Otras tardes cogíamos un balón y nos íbamos a un descampado a jugar con los niños hasta que conseguían agotarnos.

Cuando íbamos de un lado a otro con el todoterreno (allí no hay carreteras, todo son caminos de tierra), al oírnos llegar todos los niños salían corriendo a saludarnos. Solo querían decirnos adiós con la mano y sonreírnos, a lo que correspondíamos encantados. Otros días cogíamos la guitarra y nos íbamos a los caminos a cantar y bailar con ellos mientras veíamos atardecer, una de las cosas más bonitas de aquellas tierras.

Recuerdo también que una vez acompañamos a uno de los sacerdotes a dar la Unción de enfermos a un anciano que iba a morir; fue muy impactante la serenidad y alegría con la que recibió el sacramento y la paz que trasmitía su mirada en esos últimos instantes de vida.

¿Ha habido tiempo también para la oración, para el encuentro personal con el Señor?

Lo más bonito ha sido descubrir otras formas de vivir la fe, que es una, pero universal y llena de ricos matices. Quizá en el plano espiritual esto haya sido lo más enriquecedor. A veces nos acostumbrados a hacer las cosas de una determinada manera porque siempre nos lo han enseñado así, por rutina, por tradición, por cumplimiento. Pocas veces nos preguntamos por qué hacemos nuestras prácticas de piedad, y muchas veces además nos autoconvencemos de que lo hacemos bien, o incluso de que nuestra forma es la única correcta. Estos días, gracias a los sacerdotes misioneros y la población tanzana, hemos visto cómo la fe y el cristianismo es, ante todo, la sencillez del amor y del encuentro con Cristo, y no, como muchos piensan, un conjunto de normas morales que cumplir: quien vive lo primero vive necesariamente lo segundo, porque quien ama a Cristo quiere parecerse a Él; pero a veces vemos que hay muchos que intentan vivir lo segundo sin haber tenido antes experiencia de lo primero, y eso al final fracasa.

También, frente al individualismo que impera en nuestra sociedad, allí la fe se vive mucho en comunidad. La comunidad parroquial era un grupo de personas unidas de verdad, que vivían su fe juntas y se ayudaban mutuamente en sus necesidades materiales y espirituales, que es como realmente empezó el cristianismo.

La Misa del domingo era impactante. A las 7:30 de la mañana la iglesia estaba a rebosar, no cabía un alfiler. Y para ello, mucha gente había tenido que hacer varios kilómetros andando, durante varias horas, para celebrar y vivir su fe con los demás. Misa de más de dos horas que se pasaba en un abrir y cerrar de ojos: canciones festivas, palmas, bailes serenos. No entendíamos nada del suajili, ¡pero qué ganas teníamos de que llegara el domingo para compartir con ellos la Eucaristía!

También ha sido bonito el descubrir al Señor en esas personas que tienen muy poco, pero que son felices. Sobre todo en los niños, que se te acercaban continuamente para tocarte, cogerte la mano, sonreírte, pedirte que jugaras con ellos. ¡Qué bonito era dejar que los niños se nos acercasen, incluso cuando uno ya estaba agotado del día, viendo detrás de cada uno el rostro y la sonrisa del Señor!

Algunos intentábamos sacar también algún rato de oración personal, a veces en la capilla de la casa y otras dando un paseo y entrando en ese diálogo personal con el Señor a través de toda su Creación. Por último, todas las noches unos cuantos salíamos a rezar el rosario paseando bajo el cielo estrellado. Era la forma de acabar el día dando gracias a Dios y pidiendo en cada misterio por las intenciones que cada uno llevábamos dentro.

¿Qué es lo que más te ha impactado?

La riqueza espiritual de toda esa gente. Son pobres, muy pobres materialmente, pero son tan alegres y felices que dan mucha envidia”. Aquí nuestra alegría, más o menos, siempre está en el tener, en nuestros apegos materiales o personales, o en el “hacer cosas”. Allí no hay preocupaciones, porque esa gente no tiene “nada de lo que preocuparse” más allá de si ese día podrán comer, de si caerán enfermos o, si tienen hijos, si les podrán pagar la escuela. Es verdad que son problemas de bandera, pero también llevaderos desde la esperanza y confianza en Dios y su providencia. ¡Cuánto que aprender de esa pobreza, quizá obligada, pero a la vez llena de alegría y desprendimiento!

¿Y tu principal aprendizaje?

Que se puede ser muy feliz siendo pobre. Es más, que la felicidad no tiene nada que ver con el tener, sino con el ser: con el ser desprendido y vivir orientado a Dios y preocupado por los demás. Y que cuanto más pobre y desprendido es uno con sus cosas, con su tiempo, con su capricho y voluntad…, más feliz puede ser también si lo hace de corazón y no por quedar bien o aparentar. ¡Cuántos celos y envidias evitaríamos si nos preocupáramos más por el bienestar de los demás, aunque fuera a costa nuestra!

Fíjate, una vez tuvimos que dar unas zapatillas a un niño. No había números pequeños para los demás y, en vez de entristecerse porque para ellos no había, o sentir cierta envidia por el chaval al que se las dimos, todos se fueroncontentos, sonrientes, como entendiendo que ahora su amigo tenía zapatos, aunque ellos no. ¡Qué ejemplo!

Frente a la comodidad de tu vida cotidiana, cómo se vive sin móvil, sin acceso a Internet, sin tantas cosas materiales a las que vivimos «apegados»?

Teniendo el móvil todo el día en modo avión se vive en la gloria; también sin ver o leer las noticias, sin estar al tanto de los últimos fichajes, sin ir “de rebajas” o matar el tiempo ante el portátil viendo series. Te das cuenta de que todo eso en el fondo da bastante igual, que lo importante es tener el corazón en Dios y en los demás y no en uno mismo. Parece que cuesta, pero allí percibes que no tanto como pensabas, y casi brota espontáneamente entrar en esa dinámica.

Además, allí no había que aparentar nada: nadie se fijaba en que tuvieras el último móvil; y si los niños te lo cogían, era para reírse haciéndose selfies. También se podía ir vestido de cualquier manera, con unos pantalones feos, rotos, sucios o que “combinaran” poco con la camiseta. Incluso me daba igual ir con unas sandalias horribles, pero que eran bastante cómodas. Allí nadie te miraba raro por eso; y tú tenías entonces un “problema” menos por el que preocuparte.

Sé que al volver a España esto ya no lo puedo hacer. No pretendo ahora volverme un tipo raro de la edad de las cavernas, ni cambiar eliPhone por un Nokia en blanco y negro, llevar pantalones sucios y dejar de usar desodorante para no atraer a los mosquitos,… Pero poderlo hacer allí ha sido otra de las experiencias bonitas que te ordenan bastante las ideas y los deseos. No creo que se trate de desprenderse de todo, pero sí que, después de haber comprobado que sin eso la felicidad también es posible, usarlo como es debido y evitar apegos innecesarios.

¿Te ha ayudado esta experiencia en tu camino vocacional hacia el sacerdocio?

Mucho. Muchísimo. Otra de las cosas que me traigo es el aprender a estar con la gente, con todos, sean como sean e incluso teniendo por medio una barrera tan grande como es el idioma o la cultura. Querer a todos, incluso si son de otras religiones como allí era el caso –convivían de forma ejemplar y pacífica musulmanes, protestantes y católicos. También me ha ayudado a vencer prejuicios y escrúpulos espirituales y a redescubrir las raíces y sencillez de nuestra fe, queno es otra que el seguimiento de Jesucristo a través de la vivencia profunda del Evangelio.

Espero que algún día pueda repetir la experiencia, que reconozco que con amigos ha sido más fácil, llevadera y enriquecedora. Y ojalá nunca se me olvide todo esto que he descubierto allí. ¡Qué bueno sería que muchos jóvenes se animasen a hacer algo parecido, porque merece mucho la pena!

Más info en: https://www.tumblr.com/blog/urafiki2017


Entrevista realizada para el número 609 de la revista «Iglesia en Jaén»