La Iglesia en la guerra: las monjas de Alepo

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De los territorios en guerra toda la gente se va, excepto la Iglesia que permanece y refuerza sus lazos en medio del conflicto. Eso pensé cuando conocí a dos hermanas del Verbo Encarnado que vivían en Alepo (Siria) en medio de una cruenta guerra, ellas decían -con una sonrisa- que una vez salían de casa rezaban para que cuando regresaran esta no hubiera sido arrasada por una bomba, como ocurría con la mayor parte de los edificios de la ciudad.

Hace unos días el diario El Mundo hablaba de ellas, aquí te dejamos la noticia para que conozcas más de cerca su situación y pongas cara a quienes entregan su vida para estar al lado de los que sufren, pudiendo estar en otra parte. Desde Jóvenes Católicos rezamos por estas tres hermanas que viven en Alepo y por todos los cristianos perseguidos, para que sean fieles a Cristo y no duden nunca de que está a su lado.

 

Las monjas latinas de Alepo

«Aunque no me crean, me gusta Alepo», musita la brasileña Laudis Glorie con el español cincelado en tierras argentinas. Laudis, jovial y enérgica, dirige una residencia para universitarias en Alepo, la otrora capital comercial de Siria con su geografía demediada hoy por las escaramuzas. «La gente siempre nos dice que estamos en el lugar más peligroso del mundo. Nosotras tratamos de vivirlo con normalidad pese a que los bombardeos continúan detrás de la casa. Cuando llegué, me acostumbré a pensar que era el ruido de la tormenta«, relata mientras deambula por la catedral católica de rito latino, un moderno edificio plantado en el oeste de la urbe que permaneció leal a Damasco. «Visité Alepo por primera vez en 2009. Era una ciudad muy linda. Ahora hay zonas que jamás podría reconocer», cuenta esta religiosa curtida por su estancia durante catorce años en Egipto y su experiencia en Gaza durante la ofensiva israelí de 2014.

Desde hace un año administra junto a otras dos hermanas de la congregación del Verbo Encarnado un internado para universitarias llegadas de las zonas kurdas de Siria, en el noreste del país. «Nuestra misión es cuidar de las chicas. Ahora solo tenemos seis universitarias que estudian odontología, arquitectura o ingeniería electrónica pero antes de la crisis hospedábamos a 42», cuenta Laudis, de 39 años. Un drástico descenso que también ha padecido la comunidad cristiana de Alepo. «Esta catedral estaba llena y ahora la ves siempre vacía. Nos produce mucha tristeza», admite María Sponsa, una peruana de 36 años que reside desde 2015 en la atribulada Alepo. Según sus cálculos, unos 40.000 cristianos resisten en la urbe, lejos de los 150.000 que registraba el censo antes de que estallara la guerra civil hace más de un lustro.

«No hay casi nadie en nuestras misas. Y cada vez se vacía más. La gente se sigue marchando. Los que tienen posibilidades se van y no regresan. La mayoría de las familias cristianas estaban bien económicamente. Eran empresarios y lo perdieron todo. Pensaban que tenían asegurado el futuro y se quedaron sin nada. Ahora, dejan lo poco que les queda y se marchan. Hay mucha incertidumbre sobre el futuro. Las vías de comunicación siguen sin ser buenas y todo está muy caro», replica Laudis, decidida a permanecer en una villa que afronta una incierta reconstrucción después de que el Gobierno recuperara el pasado diciembre los barrios orientales.

«No se vive con miedo. Se tiene miedo a veces y hay cierta tensión. Lo más difícil es tomar decisiones que afectan a la vida de otras personas», arguye esta misionera con el recuerdo de los episodios más dramáticos de su estancia en Alepo. «El pasado septiembre, por ejemplo, consulté a las chicas y decidimos quedarnos aquí. Dejamos las habitaciones de las plantas superiores, donde en algunas ocasiones caían restos del conflicto, y nos trasladamos al sótano sin electricidad. Incluso allí, durante la noche y en mitad de la oscuridad, se escuchaba el ruido de las detonaciones».

«Ha habido situaciones difíciles y semanas en las que no hemos podido dormir pero nos hemos mantenido unidas», asevera María. Ambas comparten tareas y rezos con Mahadba Mojtar, una hermana llegada de la provincia egipcia de Minya, y dos sacerdotes argentinos. «Organizamos visitas a familias cristianas de Alepo. Se respira tristeza pero resulta increíble la fe que tienen, incluso a veces más fuerte que la nuestra», murmura la peruana. «En sus casas vemos sus necesidades. Hay gente que ha perdido su empleo porque muchas fábricas han sido destruidas. Otros, en cambio, solo quieren hablar y contar por lo que han pasado. Hay que aguantarse para no llorar», detalla Laudis, impasible a las noticias de secuestros de religiosos que han jalonado los últimos años de conflicto. «Ni lo pienso. Es una tentación y si lo tuviera en mente, no podría vivir aquí. Para venir a un lugar como éste, hay que querer y yo me ofrecí sabiendo lo que podía encontrarme».

Su mayor inquietud es, no obstante, el destino de las jóvenes a las que cuida. «Son la esperanza pero a la vez nos preocupa que se queden solas. Los varones se están marchando a Europa, Canadá o Estados Unidos para escapar del ejército y del servicio militar». «Cada cierto tiempo -confiesa- nos preguntamos si no acabaremos solas. Tenemos esperanza y rezamos para que no suceda. La iglesia está tratando de ayudar para que los cristianos de Oriente Próximo se queden pero realmente es muy difícil evitar que emigren. Cuando te cuentan sus historias, uno piensa qué haría en su lugar. Qué decisión tomaría si estuviera en la piel de una familia que ha perdido a seres queridos y tiene hijos que han sido llamados al ejército. Quizás uno haría lo mismo», narra Laudis con amargura.

 

(Fuente: http://www.elmundo.es/internacional/2017/09/19/59bfc448ca47410d238b467b.html

Foto: Instagram @verboencarnado)