Vocación. Testimonio de Javier Peño para Jovenes Catolicos.

Experiencias, Testimonios

La historia de una vocación es la historia de amor que Dios ha soñado para cada uno de nosotros. A mí me quiso hijo de unos padres que, con sus virtudes y defectos, nos quisieron dar, a mí y a mis hermanos, una educación católica sólida y procuraron, comprendiendo que no habían tenido una vida modélica, preservarme de una historia que, finalmente, tuvieron que contarme cuando se separaron.

Enterarte de que tus orígenes no eran como te los habían contado no es fácil, sobre todo si a eso le sumas el hecho de su separación, precedida de unos años en los que la permanente tensión por el posible divorcio era ciertamente una angustia. Ambas cosas provocaron un vacío afectivo en mí que, con 18 años, no es fácil de llenar cristianamente, pues lo que apetece, cuando te sabes inocente de un sufrimiento muy grande, es centrarte en ti mismo y olvidarse de lo demás, incluyendo a Dios. Mi sueño de niño, ser periodista deportivo, pasó a ser el centro de todo.

El vacío, primero, lo llenó una chica mormona, pero la diferencia de religión hizo imposible que la cosa fuera a más, pues yo, pese a recibir catequesis durante meses y asistir a sus reuniones dominicales, siempre encontré respuesta a lo que me planteaban gracias al Espíritu Santo y a la formación cristiana recibida. Tenía el sentido de Dios muy grande y no quise abrazar un dios que no era Dios. Nos separamos y ella se casó en unos meses con quien, decían, era bueno para ella.

Al acabar esta historia, ya en segundo de carrera (Periodismo), le dije a Dios que yo era inocente de tanto dolor y que necesitaba tiempo. ¡Estaba realmente cansado de que Dios manejara mi vida y permitiera tanto dolor, primero con mis padres y luego “impidiendo” que yo me fuera con la chica ésta! Le dije: “Tú eres Dios, y como eres Dios y eres bueno, no vas a permitir que me condene. Volverás a por mí y, cuando me llames, volveré”.

Y Dios me escuchó. Pero su respuesta fue paciente, silenciosa. Se acercó sin que yo apenas me diera cuenta. A finales de ese curso sucedieron dos hechos que cambiaron mi vida para siempre: un amigo, Javi, me llamó para que fuera con él a entrenar a uno de los dos equipos de categoría Benjamín del Rayo Vallecano y, en agosto, hice el Camino de Santiago por primera vez junto a dos amigos.

Con el Rayo salí de mí mismo y me centré en los demás, aunque con un ‘pero’: me hice en extremo competitivo, si bien eso, visto con los años, no fue sino una manera de canalizar tanta rabia como llevaba dentro; con el Camino inicié una historia de amor con un lugar, físico y espiritual, en el que Jesús me llamó años más tarde y me sigue llamando de forma asombrosa todavía hoy.

Pasaron los cursos entre estudios, entrenamientos, partidos y horas ojeando futuribles fichajes. Me hice relaciones de la discoteca Kapital y tuve algún ligue que otro, si bien jamás estuve más de cuatro meses con ninguna chica.

Dios iba pacificando mi alma y mi soberbia. El entonces director de Marca.com, Rafael Alique, me dijo que si quería ir de prácticas allí. Estar en Marca era mi sueño y lo cumplí. Pero, he aquí que descubrí que eso no era lo que llenaba mi corazón. Honestamente, pensé que lo que faltaba en verdad era una mujer, que construir una familia sería mi felicidad. Encontré a la chica perfecta, empecé a salir con ella… y me di cuenta de que no quería estar con ella sin saber muy bien por qué.

Al cabo de un año, terminada la carrera descubrí por qué eso no me llenaba. Fue cuando mi hermana entró en un convento. Aquel día sentí que Dios había vuelto a por mí. Y lo hizo ya no sólo por la mediación de mi hermana, sino que puso un lugar, el Camino de Santiago, y un sacerdote que me acompañó en el retorno a la fe. Así, poco a poco fue creciendo en mí la inquietud por ser sacerdote. Me resistí, pero la voluntad de Dios se me hizo muy evidente en un Camino subiendo O Cebreiro, en unos oficios de Viernes santo que celebraba ‘mi cura’ y en un viaje a Asturias. No pude decir que no. Lo hablé con aquel hombre que, si Dios quiere, me impondrá la casulla cuando me ordene presbítero, entré en el seminario dejando el periodismo deportivo y hoy, siete años después, soy diácono.

Javier Peño.