La santidad juvenil, posible y cotidiana.

Cambiar el mundo

Ante la dinámica que ofrece el mundo actual, en diversas ocasiones al católico se le dificulta observar con precisión el camino correcto para llegar a la meta. Un camino suele ser arduo y difícil, y está lleno de obstáculos. Un camino al que se llega únicamente por una sola dirección, guiada por la Gracia Santificante. Un camino que es recomendable no hacerlo solo, sino acompañado: por familiares, por amigos o por personas que aparecen con el correr del tiempo y se dirigen hacia el mismo lugar.

Ese camino no tiene un kilometraje estipulado. Para algunos la distancia es corta, pero no significa que sea sencilla. Para otros, en cambio, es extensa. Lo esencial es poseer la mochila cargada con provisiones para la marcha. Hay contenidos que son personales y optativos; y otros que son muy recomendables, casi obligatorios. El tamaño del bulto no puede ser muy grande. Pues si es de esa forma, mayor peso tendrá que cargar el caminante, quien necesita tener un andar liviano.

Si uno piensa en cómo llenarla, quizás pueda comenzar por introducir elementos materiales: comidas, bebidas, abrigos, objetos de enfermería, gorra para el sol, etcétera. Lo más curioso es que para llegar al punto final la lista enumerada tiene un lugar secundario. En la balanza del tiempo, lo espiritual elevará más la aguja. La oración será la pieza clave para tener la menor cantidad de tropiezos posibles, con María como ayuda constante y el Santo Rosario como pieza fundamental.

Uno de los que supo meter lo necesario fue Pier Giorgio Frassati. Su camino fue corto. Duró 19 años. Comenzó el 6 de abril de 1906, en la ciudad italiana de Turín. Terminó el 4 de julio de 1925. Se crió en medio de una familia rica. Alfredo, su padre, fue el fundador del periódica La Stampa, donde solían aparecer ideas liberales. Además, el creador de uno de los diarios más importantes de la época, fue embajador en Berlín, Alemania.

Estuvo rodeado por una educación acertada, pero sin estar fundada en valores cristianos. Como adolescente sintió el llamado para ser partícipe de la vida activa de la Iglesia. Pier Giorgio sabía que tenía a su familia, amigos y conocidos a los que debía atender y por los que se debía preocupar. Sin embargo, sin dejarlos de lado, también fijó su mirada en Jesús.

Una de sus frases más conocidas recita que “Vivir sin fe, sin un patrimonio que defender, sin mantener una lucha por la Verdad no es vivir, sino ir tirando”. Necesitaba conocer más acerca de lo que creía. Necesitaba crecer en el amor a Cristo. Necesitaba aumentar su vida de oración, su espiritualidad. Y así lo hizo. Buscó una y mil formas para poder dar testimonio del Evangelio.

Su fuerza provocó que como joven universitario pueda promover actividades para sus pares. Hizo adoraciones nocturnas e invitaciones para vivir la fe de otro modo. Su preocupación para que las personas conocieran más al Señor no tenía como objetivo a quienes eran sus compañeros de la facultad, sino que también pasó a ayudar a los más necesitados: pobres y enfermos. Junto a un Sacerdote conocido, le dio catequesis a muchos niños de un barrio obrero, que eran insultados por comunistas.

Entre sus anécdotas, se conoce el día en el que invitó a uno de sus amigos a un mayor compromiso de caridad a visitar y atender a los pobres, quien tuvo miedo por entrar en casas con bajos recursos, donde la suciedad predominaba a la par de las enfermedades. Pier Giorgio, ante la actitud que había observado, le dijo: “¡Visitar a los pobres es visitar a Jesús!” Y él Beato murió entre ellos, a fines de junio de 1925, producto de una poliomielitis fulminante que culminó el 4 de julio de ese año donde pudo terminar el camino. El 20 de mayo de 1990 fue declarado  Beato por San Juan Pablo II. Benedicto XVI, tiempo después, habló acerca de su persona: «Joven como vosotros, vivió con gran compromiso su formación cristiana y dio su testimonio de fe, sencillo y eficaz. Fue un muchacho fascinado por la belleza del Evangelio de las Bienaventuranzas, que experimentó toda la alegría de ser amigo de Cristo, de seguirle, de sentirse de manera viva parte de la Iglesia».

Su compromiso fue a nivel social, religioso, político, universitario. Su compromiso fue desmedido. Su compromiso fue por Cristo y su Iglesia. Su compromiso determinó que pueda lograr de cada día una ascensión al Cielo. Su compromiso le permitió que el camino sea corto y sencillo. Pero, principalmente, con su compromiso demostró que la santidad juvenil cotidiana es posible.

Ezequiel Pereiro.