Miriam Vicente, voluntaria: «Quería ir a un lugar donde pudiera remangarme, manchar la ropa y sudar construyendo un mundo mejor»

Entrevistas, Experiencias

«Recuerdo cuando los niños de poblado nos regalaban su mejor sonrisa al darles la merienda; los recuerdo jugando en las calles del poblado, repletas de polvo, chabolas y perros vagabundos; los recuerdo corriendo detrás de nuestra furgoneta cuando nos marchábamos cada tarde a la residencia. Esos fotografías siempre las tendré», relata Miriam Vicente. Cruzó hasta el otro lado del mundo para echar una mano en un lugar llamado Cañete, una de las provincias de Perú, donde ayudó a las promotoras de Condoray, unas mujeres del Opus Dei, junto con otras amigas de Madrid.

Pero esto es solo un fotograma de la historia que nos cuenta esta semana esta futura médico. Desde la Universidad Autónoma de Madrid, apenas 20 años, Miriam nos cuenta uno de los viajes más impresionantes de su vida.

**(Miriam Vicente es la primera por la izquierda)

 

1. ¿Por qué viajar a Perú pudiendo disfrutar de unos días de vacaciones con tu familia después de todo el curso?

Siempre había tenido la ilusión de algún día poder cumplir ese «cambiar el mundo» que los jóvenes tenemos en el corazón. Quería ir a un sitio donde mi ayuda pudiese realmente marcar la diferencia, donde mis ganas y mi ilusión se tradujeran en acciones concretas, donde pudiese remangarme, mancharme la ropa y sudar construyendo un mundo mejor, y Perú me parecía un buen sitio donde empezar a realizar este sueño.

Por otra, me apetecía hacer algo diferente y vivir una experiencia nueva, siempre había escuchado hablar de este voluntariado y se me ponían los dientes largos cuando me contaban las historias que les pasaban y lo mucho que ayudaban a la gente de allí.

2. ¿Crees que con una parte de tu trabajo puedes mejorar un poco el mundo?

¡Claro! Si algo he aprendido en Perú es que yo no puedo cambiar el mundo, hay tantas cosas que hacer que una se siente impotente y pequeña. Sin embargo, yo sí puedo mejorar un poco la parte de mundo que me ha tocado. Todos los trabajos están dirigidos a mejorar el mundo, cada uno en una situación y en un terreno concretos, si yo trabajo con la responsabilidad y el compromiso de hacer bien lo que me ha tocado a mi personalmente, estaré mejorando mi parte del mundo, y si el resto de personas hacen lo mismo, entre todos haremos un gran cambio.

3. ¿Qué es lo primero que llega a tu cabeza cuando recuerdas aquellos días?

Los niños: jugando por las calles del poblado, llenas de polvo y basura, corriendo detrás de nuestra furgoneta cuando nos vamos por la tarde de vuelta a la residencia sonriendo cuando les damos la merienda.

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Una parte del equipo de voluntarias (Miriam es la primera por la derecha)

4. Cuéntanos un poco más sobre lo que hacíais, ¿qué es Condoray?

La labor que se lleva a cabo en esta provincia de Perú, Cañete, está coordinada principalmente por Condoray. Condoray es una escuela de formación profesional para la mujer promovida por mujeres del Opus Dei, allí se imparte el grado de hostelería y se ha desarrollado un centro de formación empresarial para la mujer, para ayudar a las pequeñas empresarias de la zona. Esta escuela también cuenta con un programa de promoción rural en el que atiende a cincuenta poblados del valle de Cañete. En cada poblado, Condoray tiene un local y cuenta con una «promotora», las promotoras son mujeres líderes de cada poblado que reciben formación en Condoray una vez a la semana y la transmiten a las demás mujeres de su poblado, produciéndose así un efecto multiplicador de la formación que se imparte desde Condoray.

5. ¿Cuál era vuestra labor?

La labor de las voluntarias internacionales que vamos allí en los meses de julio y agosto es dar un impulso a esa labor de promoción rural. Nuestro grupo en concreto se dividió para atender a dos poblados: Santa Cruz y San Benito. Por un lado estaba el equipo de reconstrucción y educación, que se dedicaba a rehabilitar el local de ese poblado por las mañanas (lijando, pintando, limpiando, reconstruyendo paredes…) y por las tardes organizaba un campamento para los niños y atendía a las madres. En el campamento se hacían distintas actividades con los niños, se les daban algunas clases y también recibían catequesis. A media tarde, después de lavarse las manos, se les daba de merendar. Por otro lado estaba el equipo médico, del que yo formaba parte, compuesto por una médico de familia, una pediatra y estudiantes de medicina, enfermería, farmacia y odontología. Íbamos rotando por esos dos poblados y fuimos a un tercero: Los Ángeles. Organizamos una campaña médica en la que atendíamos a los habitantes de cada poblado en dos consultas: una consulta para niños y otra consulta para adultos, y repartíamos medicamentos que habíamos llevado de España.

6.  ¿Qué fue lo más duro de aquellos días?

Pensar que nosotras estábamos de paso, que íbamos a volver a España, y que todo lo que estábamos haciendo, toda la gente que estábamos ayudando, volvería a la normalidad cuando nos fuéramos.

Fue muy duro despedirnos el último día, sobre todo decir adiós a los niños. Muchos de ellos eran tan pequeños que no entendían qué pasaba, no podían comprender que al día siguiente cuando volvieran del cole (porque allí es invierno) nosotras ya no estaríamos. El último día los más mayores, que sí que se enteraban de lo que pasaba, ya no corrieron detrás de nuestra furgoneta cuando volvíamos a la residencia.

7. ¿De dónde se saca esa fuerza que en ocasiones falta?

Cuando parece que ya no te quedan fuerzas, haces un último esfuerzo por recordar la razón  por la que estás allí, y entonces te das cuenta de que en realidad sí que te quedan fuerzas, eres más fuerte de lo que pensabas. Cuando eres incapaz de recordarlo, solo hace falta echar un vistazo alrededor y ver que las demás están igual de cansadas que tú o más, y sin embargo siguen adelante sin quejarse y con una sonrisa en la cara. Entonces, sacas fuerzas de donde puedas y sigues adelante.

8. El nivel de vida de la gente de allí es muy bajo, de la mayor parte de la población, ¿qué es lo que más te llamó la atención de ellos?

Se suele decir que la gente más feliz es la que menos tiene. Las sociedades desarrolladas nos hemos acostumbrado ya a oirlo pero no terminamos de creérnoslo.  Cuando llegas allí y experimentas la pobreza real de la gente: cómo viven, dónde viven, con qué viven… y sin embargo les ves felices, incluso generosos con lo poco que tienen.

9. Eran felices con apenas nada…

Las personas más felices del mundo estaban allí. Una vez oí a una de las señoras hablar de lo bonito que era su pueblo y de lo orgullosa que estaba de vivir allí. Ese «pueblo» es un poblado de chabolas, con calles de polvo sin asfaltar, con escombros y basura por las esquinas y bandas de perros callejeros; pero, para ella, ese lugar era el mejor sitio del mundo.

10. ¿Volverías a cruzar el Atlántico?

Por supuesto.

11. ¿Con qué sueña una futura médico después de descubrir la pobreza más brutal en Perú?

Sueña con poder cambiar todo eso, que se acabe la pobreza, la desigualdad, la injusticia, que los líderes mundiales se den cuenta de esta situación y hagan algo por cambiarla. Sueña con formar parte del cambio que haga de este mundo un lugar mejor.